lunes, 9 de febrero de 2009

Escuchar

"Al que responde sin haber escuchado, la palabra le es fatuidad y vergüenza".
Prov. 18.13

Todo líder debiera conocer bien el arte de llevar una conversación, pues por medio de ella cultiva relaciones más profundas con las personas a quienes pretende servir. Sin estas relaciones más íntimas será difícil que conozca las particularidades de la gente, con sus luchas y sus ilusiones. Inevitablemente el servicio comenzará a alejarse hacia abstracciones o enseñanzas que son poco útiles a las personas.

Uno de los aspectos que debe manejar el que desea cultivar el arte de la conversación es saber escuchar a la otra persona, precisamente porque consiste en un intercambio de palabras entre dos personas y no un monólogo. No obstante en estos tiempos la mayoría quiere hablar, pero son pocos los que desean escuchar.

El autor de Proverbios utiliza dos adjetivos para describir las palabras del que se apresura a hablar antes de que la otra persona haya terminado de decir lo que tenía que compartir: fatuidad y vergüenza. ¿Por qué se refiere al simple hecho de interrumpir en términos tan duros? En primer lugar, porque el interrumpir revela una falta de aprecio por la otra persona. De hecho, le estamos diciendo que lo que nosotros tenemos que decir es más importante que lo que ellos están compartiendo. Tan importante pareciera ser lo nuestro que ni siquiera podemos darle a la otra persona la oportunidad de completar sus propias ideas.

En segundo lugar, si no permito a la persona hablar no voy a tener la oportunidad de entender claramente lo que me está tratando de compartir. Si no tengo todos los elementos que necesito para evaluar el contenido de su mensaje no puedo contestar u opinar con inteligencia. No obstante, con frecuencia creemos que sabemos lo que la otra persona va a decir. Incluso le decimos: «ya sé lo que me vas a decir», como si poseyéramos algún atributo especial que nos permite leer sus pensamientos y adelantarnos a sus palabras. En ocasiones hasta intentamos apurar la marcha de la conversación completando las frases del otro. En más de una situación, sin embargo, lo que decimos es completamente diferente a lo que el otro quería expresar.

Cuánto más eficaz resulta guardar silencio y esperar. Esto significa no solamente no interrumpir, sino también resistirse a la tentación de comenzar a elaborar una respuesta en nuestras cabezas. Cuando disponemos todo nuestro ser a escuchar atentamente a la otra persona, muchas veces nuestras preguntas se contestan solas a medida que habla. Y no solamente esto, sino que comenzaremos a percibir también el espíritu con que nos habla, la intención de sus palabras y el mensaje detrás de ellas. Esto es, en últimas instancias, la información más valiosa que podemos obtener, pues nos permitirá hablar, cuando llegue el momento, al corazón de ellos y no solamente a sus palabras. Esta fue la práctica del Maestro de Galilea y una de las razones por las que sus dichos calaron profundamente en el corazón de sus oyentes.

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